18.9.06

Una canción para Isadora



Ver crecer a nuestras niñas y convertirse en adolescentes nos conmueve, nos alegra, nos hace sentir orgullosas. También nos asusta, nos enoja, nos frustra. Todo esto si ejercemos una maternidad y una paternidad responsable y atenta. Por eso, cuando escucho la música que domina la radio, me pregunto si toda adolescente tiene la suerte de ser soñada y amada por sus progenitores.

La música es un imán para toda jovencita que, en medio de la adolescencia, busca imágenes, voces e ideas que le den respuestas a sus preguntas.

¿Qué tipo de canción quisiera que contestara las preguntas de mi hija? Como mujer que cree en la equidad de ambos géneros y que apoya la crianza de nuestras hijas e hijos desde una perspectiva de paz, miro a mi alrededor y aguzo el oído. Evalúo lo que se oye cerca y también lo que se oye más allá, porque ese eco llegará a ella de una manera u otra.

Una canción para Isadora no debe trivializar lo que es la esencia de todo ser humano. Una canción para mi hija, y todas las hijas de nuestro país, no debe pedirles que menosprecien su cuerpo y acepten ser utilizadas para beneficio de otros y al margen de lo que representa su espiritualidad y su capacidad de desarrollar su potencial. Una canción para ellas no debe exponer la violencia como algo natural, y menos aún, justificarla a base de desamores y prejuicios de género.

Una canción para una niña-mujer de 13 años, y para todas las demás, debe hablar de cuánto vale cada ser humano independientemente de su género, de cómo tienen derecho a participar ampliamente y desde la equidad en la toma de decisiones del país, de cuán importante es que vivan desde principios de justicia y de amor y que no acepten menos de quienes les rodean.

Una canción para las generaciones nuevas debe tener como coro palabras de esperanza, de responsabilidad y de compasión hacia el resto de la humanidad… así como para sí mismas…

“El amor te habita,
el amor te forma y transforma,
el amor es universal
y el universo eres tú
desde la paz, desde la equidad…”

1.9.06

Con el diablo y con Dios

Hay un muro muy inestable separando a nuestras iglesias de nuestro gobierno. A veces es sólido e impenetrable. A veces es transparente y liviano y se abre para dar paso libre al otro lado. Algo así sería una incógnita para la ciencia. Un material cuya densidad cambia a voluntad de una de las partes y según su conveniencia. Es inestable y frágil. Pone en peligro nuestra democracia y nuestra capacidad política de proteger los derechos humanos de nuestra gente.
En estos días las iglesias clamaron para que se respetara el principio de separación entre “Iglesia” y “Estado”. Se movilizaron rápidamente y en bloque para exigir al Departamento de Hacienda que se les exima del registro requerido para el impuesto sobre el consumo. Ese día el muro que separa ambas fuerzas se hizo sólido e impenetrable.
Algo sorprendente, porque son esas mismas iglesias las que abarrotan los pasillos del capitolio e invaden oficinas gubernamentales tratando de decir a ese mismo “Estado” cómo y cuándo legislar con relación a temas como las uniones de parejas del mismo sexo, el aborto, la distribución de fondos para asuntos sociales y muchos otros. Esas son las ocasiones en las que el muro se convierte en una mera línea, confusa y borrosa. Casi invisible. Franqueable. Así sucedió en mayo pasado con el cierre gubernamental cuando pidieron intervenir en nombre de la Paz pero sin dejar de lado sus discursos religiosos particulares.
En nuestro país conviven múltiples creencias religiosas. Algunas no son cristianas e inclusive hay quienes se autodenominan ateos. Esto nos obliga a reforzar urgentemente el muro que separa a la “Iglesia” del “Estado”. De lo contrario estaríamos imponiendo a la ciudadanía legislaciones y decisiones basadas en principios religiosos y no en principios que partan del bien común, la salud pública, la justicia social. ¿Hay creencias religiosas más correctas que otras? Sería un error tratar de decir algo así. Sin embargo, su enseñanza y práctica deben limitarse al ámbito al cual pertenecen y no pretender ser impuestas al resto de la sociedad desde ese “Estado” contra el cual acaban de levantar la defensa de separación.

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...